lunes, 5 de noviembre de 2007

No vengáis a la biblioteca

De entre las innumerables razones existentes para no venir a la Biblioteca, voy a exponeros aquí la que considero más importante e inmediata con la finalidad de manteneros alejados de este amenazador lugar.

Debéis saber que, a pesar de los avances tecnológicos, el contenido principal de una biblioteca siguen siendo los libros, objetos malignos de los que debéis huir como de la peste –de hecho podría considerarse que los libros son verdaderamente una peste; no en vano, a lo largo de su historia se han realizado ímprobos esfuerzos por exterminarlos con resultados irregulares.

Sargón: un pionero

Ya en Sumer, en los albores de la escritura, comenzaron a utilizarse las tablillas que entonces servían de soporte a los libros como material de reciclaje para fabricar ladrillos. Estas muestras de sentido práctico fueron sustituidas por la simple y directa destrucción sistemática con la llegada de Sargón a Ebla. Los métodos expeditivos de Sargón fueron ampliamente emulados en todo el próximo oriente y en el occidente antiguo: Senaquerib nos libró de la Biblioteca de Babilonia, el patriarca Teófilo de la de Alejandría y Marco Antonio de la de Pérgamo.

La República romana puso un broche de oro a esta ímproba lucha borrando del mapa la práctica totalidad de la producción literaria de Cartago, además –ya puestos- de la propia Cartago. Y ya en tiempos imperiales se registran modestos esfuerzos auspiciados por Augusto, Tiberio, Nerón o Justiniano.

Se sospecha que las tribus bárbaras que asolaron los territorios del imperio y fundaron los reinos que luego dieron origen a muchos estados actuales, no eran grandes lectores, por lo que durante un tiempo Occidente quedó a salvo de esta temible plaga.

En cuanto al lejano oriente nos llegan ejemplos igualmente edificantes: el famoso Shi Huandi quemador de libros, o las medidas eminentemente pedagógicas consistentes en establecer la pena de trabajos forzados en la Gran Muralla para aquellos que ocultaran libros.

El Santo Oficio: el fuego purificador de ideas

A destacar en los siglos del Medievo las destrucciones de El Corán en la España que Almanzor y colegas fueron arrebatando al Islam. Y poco después, significativamente en pleno renacimiento, período nada sospechoso por su probado –más allá de toda duda- amor a la cultura, descollaron las persecuciones de esa peligrosa estirpe dedicada a reunir libros: Matías Corvino, Miguel Server, Pico Della Mirándola, o el propio Gutemberg –que para colmo duplicó en Occidente ese invento chino que servía para multiplicar los libros y extender por tanto el mal que segregan.

A partir del siglo XVI el Santo Oficio sistematizó esta labor elaborando Catálogos o Índices de libros cuyos autores o meros portadores se convirtieron en objetivo de especial –y muy calurosa- atención.

Bibliocaustos

Esta batalla contra lo maligno se verá incrementada en los tiempos modernos y contemporáneos. Sin ir más lejos, ahí queda el ejemplar bibliocausto nazi, las destrucciones de libros –y de aquellos que pudieran estar contaminados por ellos- por parte de regímenes militares en Chile o Argentina, las persecuciones de libros en China o el Báltico, y las recientes destrucciones masivas practicadas en Serbia, Chechenia o Iraq, donde los activos muchachos del Tío Sam pueden apuntarse directa o indirectamente la destrucción o desaparición de un millón de libros, entre ellos algunos que venían resistiéndose a esta tenaz persecución higiénica durante milenios.

A pesar de ello, y de los inútiles esfuerzos realizados por algunos autores insignes –Kafka, Gogol, Sabato- para impedir que sus obras se conviertan en libros, estos infernales objetos no solo han logrado sobrevivir, sino que proliferan de manera inquietante y perturbadora.

Pero, por si alguien se llama a engaño pensando que hablo aquí solo de determinados libros –inspirados por el Diablo o por alguno de sus innumerables emuladores- aclararé que me refiero al libro en sí mismo, a cualquier libro sin importar su tema, autor, materia o título; porque todos y cada uno producen un daño igualmente monstruoso e irreparable: abren la puerta a otros mundos y, lo que es peor, permiten acceder a los sótanos más recónditos de nuestra alma pecadora, engendrando así la suprema amenaza, la máxima execración, el más temido desafío: que se cuestione este mundo en el que vivimos fomentando el descontento, el autoconocimiento, la desobediencia, el espíritu crítico… y en definitiva la perversión del rebaño.

Malaquías de Hildesheim. Hermano bibliotecario.

No hay comentarios: