jueves, 29 de noviembre de 2007

Pequeña soflama en favor de las lecturas obligatorias

La cosa está tan clara que a veces me da por pensar que quienes defienden la libertad de lectura no pretenden otra cosa que provocar.

Haré a pesar de todo un esfuerzo de síntesis para recopilar las principales –de entre las casi infinitas- razones a favor de las lecturas obligatorias.

Siguiendo, no tanto un orden de importancia, sino un orden lógico, el primer argumento es el económico: si no obligáramos a leer a Larra, a Don Juan Manuel, a Cadalso o a Fernández de Moratín, sus libros no se venderían, las editoriales no los editarían, las distribuidoras no los distribuirían, los libreros no los venderían… y como resultado de este catastrófico fárrago económico-laboral, nadie podría leerlos –ni siquiera por obligación.

En segundo lugar podemos considerar el argumento ecológico-académico: las glorias nacionales deben considerarse especie protegida, lo cual significa que deben ser leídas, comentadas, analizadas, interpretadas, comparadas, desmenuzadas… todo ello, como es lógico, impensable sin el aparato lógico-represivo-ejemplarizante –o la versión progre compuesta de animación/competición/promoción/positivos- que conlleva la obligatoriedad.

En tercer lugar cabría el argumento de autoridad: es indispensable que –especialmente en el contexto en el que estas lecturas se realizan- quede bien sentado quien dice lo que debe ser leído. Y me permito insistir sobre el tiempo verbal que en este caso es asunto capital: hay que “haber leído” a los clásicos, mientras que al resto meramente hay que leerlos. Esto supone poco más o menos que a cierta edad ya no puedes leer el Quijote, la Regenta o los Episodios Nacionales; tienes que haberlos leído… y para eso están las lecturas obligatorias en su momento apropiado.

Estos tres argumentos se resumen en uno: las lecturas obligatorias son la mejor forma de combatir la lujuria lectora, el leer por leer, por el puro placer de hacerlo sin rendir cuentas de lo leído, sin orden ni medida, a merced de los terrible peligros que acechan en los mundos imaginarios… y lo que es aún más trascendente, si estas lecturas se hacen con tesón y adecuada aplicación se puede solucionar a tiempo la temible posibilidad de que el lector libre se convierta en escritor libre, el que escribe esa clase de libros que oscurece las ventas del Lazarillo, los Artículos de Larra o el Poema del Mio Cid.

Malaquías de Hildesheim. Hermano bibliotecario.

1 comentario:

pliesmarmaria dijo...

"el verbo leer, al igual que el verbo amar no admite imperativos"
Daniel Pennac